El sistema penitenciario español comienza a enfrentar una nueva amenaza: la entrada silenciosa del fentanilo, el opioide que devastó Estados Unidos, ahora se cuela en sobres y se disfraza de correspondencia inocente. A esta nueva droga se suma la inseguridad jurídica para las funcionarias de prisiones y un modelo penitenciario “buenista” que deja a los agresores sin consecuencias reales.

Funcionarios de prisiones alertan del creciente ingreso de fentanilo a las cárceles españolas, oculto en cartas y papeles impregnados. A ello se suman agresiones sexuales sin castigo contra funcionarias y una justicia penitenciaria ineficaz, incapaz de frenar el deterioro interno.
Fentanilo: el veneno silencioso que ya está en las prisiones
El fentanilo, el opioide que causó más de 80 000 muertes mensuales en EE. UU. durante su pico en 2023, ya ha llegado a las cárceles españolas. La forma de entrada más preocupante: papeles impregnados enviados por carta, a un precio de apenas 8 euros en la calle.
“Se impregna en papel y se cuela por carta. Es casi indetectable”, alertan fuentes penitenciarias.
La combinación del fentanilo con estimulantes como la cocaína lo convierte en una “droga caníbal”: los presos pierden el control de sus actos y se agreden a sí mismos o a otros. Una escena relatada por funcionarios: un preso se mordía los brazos mientras su compañero herido ya había sido trasladado a enfermería.
Drones y tráfico aéreo: otra vía para la droga
Además de las cartas, los drones se han convertido en otra herramienta del narcotráfico carcelario. Aprovechan el ruido diario para pasar inadvertidos, dejando papelinas de droga en puntos estratégicos del recinto penitenciario.
Un sistema penitenciario “buenista” y disfuncional
La entrada de drogas no es el único problema. El sistema de sanciones internas es tan débil que los castigos se limitan a la “privación de paseos”, algo que muchos presos incluso prefieren evitar:
- “Es como castigar a un niño sin recreo”, denuncian.
- En la celda tienen acceso a televisión y otras comodidades, por lo que el castigo pierde todo efecto.
En ocasiones, los propios reclusos provocan conflictos menores para ser “castigados” y así quedarse en su celda, ya sea por comodidad, frío en el patio o porque están preparando un examen a distancia.
Las funcionarias, desprotegidas frente al acoso y las agresiones
Uno de los aspectos más graves que se denuncia es la impunidad de las agresiones sexuales dentro de prisión, especialmente en un entorno donde más del 90 % de los presos son hombres, y cada vez hay más mujeres funcionarias (ya más del 30 % del personal).
“Una palmada en el culo en la calle es una agresión. Aquí, no es nada”, explican indignadas.
La inseguridad jurídica dentro de prisión convierte a las funcionarias en objetivo de abusos normalizados, sin protección efectiva ni respaldo institucional.
Reflexión final: una bomba de relojería en silencio
La llegada del fentanilo, la entrada de drogas por medios cada vez más sofisticados, la pasividad punitiva y la desprotección de las trabajadoras penitenciarias son síntomas de un sistema penitenciario en decadencia. El modelo “buenista” deja a las cárceles sin control, sin respeto por la autoridad y expuestas al colapso.
¿Estamos ante una crisis ignorada que estallará demasiado tarde? ¿Cuánto más debe deteriorarse la seguridad penitenciaria antes de que se exija una reforma firme?



