Chile ha dado un giro político que no pasa desapercibido en América Latina ni en Europa. La exministra del Trabajo y dirigente del Partido Comunista, Jeannette Jara Román, se impuso con el 60 % de los votos en las primarias presidenciales del bloque oficialista Unidad para Chile, consolidándose como la candidata de la izquierda para las elecciones presidenciales de noviembre. La noticia no es menor: por primera vez desde el retorno a la democracia en 1990, una figura abiertamente comunista se convierte en abanderada única de la coalición gobernante.
Jara, militante del PC desde 1989, ha hecho carrera en el sindicalismo y en cargos públicos vinculados a gobiernos de centroizquierda y de izquierda radical. Fue ministra durante los mandatos de Michelle Bachelet y Gabriel Boric, destacándose por impulsar una agenda fuertemente intervencionista en el mercado laboral, como la reducción de la jornada a 40 horas, el aumento forzado del salario mínimo y la regulación más estricta del entorno empresarial. Su discurso, aunque atenuado para el electorado general, mantiene elementos doctrinarios que preocupan a sectores empresariales y a una parte importante de la clase media chilena, que teme un retroceso económico y mayores rigideces en el mercado.
El triunfo de Jara se produce en un escenario de baja participación ciudadana —apenas votó un 9 % del padrón electoral— lo que refleja una creciente apatía hacia las propuestas del oficialismo. A pesar de ello, logró imponerse cómodamente sobre otras figuras del bloque, como Carolina Tohá, representante del socialismo democrático, y Gonzalo Winter, del Frente Amplio. El Partido Comunista consolida así su hegemonía dentro de una coalición en la que el centroizquierda parece haber perdido protagonismo.
Pero la victoria de Jara plantea serias interrogantes. Su partido ha tenido históricamente posturas que cuestionan el modelo democrático liberal y las instituciones republicanas. Aunque ha moderado su tono, su base ideológica sigue generando inquietud en amplios sectores del país, sobre todo en el empresariado, en las Fuerzas Armadas y en quienes valoran la estabilidad institucional. En este sentido, su proclamación como candidata presidencial reactiva el temor de un avance del modelo bolivariano que ha fracasado estrepitosamente en países como Venezuela.
Desde la derecha, las reacciones no se han hecho esperar. Figuras como José Antonio Kast han llamado a la unidad del sector para frenar lo que consideran un “peligroso retroceso hacia fórmulas que ya han demostrado su fracaso”. Las encuestas sitúan a Kast y a Evelyn Matthei por delante de Jara en intención de voto, aunque el panorama sigue abierto. La clave estará en la capacidad de movilización del electorado moderado y en el debate sobre temas sensibles como la seguridad, la inmigración y el crecimiento económico, ámbitos en los que la izquierda ha perdido apoyo.
De cara a noviembre, Jeannette Jara enfrenta un reto mayor: convencer a un país dividido y en búsqueda de certidumbre de que su proyecto, aún con raíces comunistas, puede garantizar gobernabilidad, crecimiento y respeto a las libertades individuales. Para muchos, su candidatura representa un experimento arriesgado en tiempos de incertidumbre. Para otros, el inicio de un giro ideológico con consecuencias imprevisibles para Chile y la región.