El incendio forestal que comenzó hace cinco días en la comarca ourensana de Valdeorras ha entrado en Lugo con un comportamiento explosivo que ya afecta a 12.000 hectáreas, duplicando su extensión en apenas doce horas. La Xunta lo califica como un fuego “muy agresivo y de alta intensidad”, con carácter convectivo, lo que dificulta su control.
Un fuego fuera de control
Durante la madrugada del domingo, las llamas arrasaron la aldea de Ferreira, en Montefurado, y amenazan seriamente al casco urbano de Quiroga y a la Serra do Courel, uno de los entornos naturales y patrimoniales más valiosos de Galicia. En el frente norte, el fuego se aproxima peligrosamente a A Cruz de Outeiro y a la aldea de A Seara, conocida por su patrimonio y por su proximidad a la Devesa da Rogueira, uno de los pulmones verdes más importantes de la región.
La falta de medios en los primeros días obligó a que fueran los vecinos quienes, con mangueras domésticas, ramas y cisternas agrícolas, se enfrentaran a las llamas para salvar sus casas, poniendo en riesgo su propia integridad.
Una lucha con recursos insuficientes
El domingo comenzaron a desplegarse helicópteros y aviones, además de refuerzos terrestres, pero los cambios en el viento reactivaron los frentes y complicaron aún más la situación. La carretera N-120 tuvo que ser cortada durante varias horas y pueblos como Montefurado, Bendollo y Paradapiñol estuvieron cercados por el fuego.
En paralelo, otros grandes incendios avanzan en Ourense, como el de Chandrexa de Queixa (17.500 hectáreas), el de A Mezquita (10.000 hectáreas) y el de Larouco (12.000 hectáreas), que amenaza con unirse a un foco en León. La ola de fuego ya arrasa cerca de 60.000 hectáreas en Galicia, con consecuencias devastadoras: aldeas sin electricidad ni agua, carreteras y autovías cortadas, y la suspensión de la línea ferroviaria entre Galicia y Madrid por quinto día consecutivo.
Un drama humano y natural
Los vecinos viven con angustia cómo arden sus aldeas, mientras brigadistas y voluntarios se dejan la piel en condiciones extremas. La naturaleza gallega, con su riqueza forestal y patrimonial, está sufriendo una de las peores crisis incendiarias en años.
Lo ocurrido en Valdeorras y O Courel es un recordatorio doloroso de la fragilidad de nuestros ecosistemas y de la urgencia de reforzar las políticas de prevención, dotar de medios suficientes a los equipos de extinción y garantizar que tragedias de esta magnitud no vuelvan a repetirse. Porque cada hectárea perdida no es solo bosque: son hogares, historia, identidad y vida que se desvanecen entre las llamas.