El comunismo, ese ideal que en el papel prometía igualdad, justicia social y el fin de las clases, ha demostrado en la práctica ser una maquinaria que destruye libertades, paraliza economías y perpetúa regímenes autoritarios. Su historia, plagada de fracasos, no es cosa del pasado: hoy sigue teniendo consecuencias devastadoras en países como Cuba, Venezuela y, en menor medida, en algunos movimientos políticos europeos y españoles.
Latinoamérica: del sueño igualitario a la ruina
En Venezuela, el experimento socialista comenzó con promesas de justicia social y terminó en una de las peores crisis humanitarias del continente. La inflación descontrolada, la escasez de alimentos y medicinas y la corrupción endémica han obligado a más de seis millones de personas a abandonar el país. El discurso de “resistencia al imperialismo” sirve como escudo propagandístico, pero no logra ocultar el hambre y la represión que sufre la población.
En Cuba, el régimen comunista instaurado hace más de seis décadas mantiene a la isla bajo un férreo control político. Las libertades individuales son prácticamente inexistentes, la economía está colapsada y la escasez es una constante. Las protestas ciudadanas, cada vez más frecuentes, son reprimidas con dureza, y cualquier voz disidente es acallada mediante vigilancia, detenciones y censura. El modelo estatal, incapaz de adaptarse al siglo XXI, ha convertido a Cuba en un país atrapado en una eterna crisis.
Ahora, Chile parece flirtear con un camino similar bajo la influencia de figuras como Jannett Jara, ministra comunista y una de las principales impulsoras de reformas que amplían el control del Estado en áreas estratégicas. Con un discurso de justicia social y redistribución, Jara y su sector dentro del gobierno promueven medidas que, según sus críticos, podrían debilitar la inversión privada, aumentar la burocracia y abrir la puerta a un modelo económico más centralizado. Aunque el país mantiene instituciones democráticas sólidas, la presión de estos sectores por avanzar hacia políticas de corte socialista genera preocupación entre empresarios, analistas y parte de la ciudadanía, que temen que Chile siga el camino de otros países latinoamericanos donde el intervencionismo estatal terminó en crisis económica y pérdida de libertades.
Estos tres casos muestran el patrón común del comunismo latinoamericano: una élite política que concentra todo el poder, una economía controlada por el Estado y una población dependiente y empobrecida.
Europa: un comunismo debilitado pero persistente
En gran parte de Europa, el comunismo como fuerza política masiva se ha diluido tras el colapso de la Unión Soviética. Sin embargo, sigue vivo en partidos minoritarios y en movimientos sociales que intentan adaptarlo al discurso contemporáneo. Algunos lo presentan como una “izquierda renovada”, pero las bases ideológicas continúan siendo las mismas: control estatal absoluto, supresión de la propiedad privada y subordinación del individuo al colectivo.
En países del Este europeo, que vivieron bajo regímenes comunistas durante décadas, el rechazo social hacia este sistema es profundo. La experiencia histórica de represión, pobreza y falta de libertad sirve como recordatorio de sus consecuencias.
España: ecos de un sistema fracasado
En España, el comunismo ya no tiene un peso electoral significativo, pero subsiste en partidos pequeños y facciones radicales dentro de la izquierda. El Partido Comunista de España participa en coaliciones más amplias, mientras que otras formaciones de corte marxista-leninista intentan captar el voto de descontento con mensajes revolucionarios y nacionalistas.
Aunque su impacto político es reducido, la presencia de estas corrientes en el debate público mantiene vivas ideas que, en otros lugares, han demostrado ser incompatibles con la democracia y el progreso económico. El riesgo radica en que, bajo un nuevo envoltorio discursivo, puedan volver a ganar influencia en momentos de crisis social.
La falsa promesa de igualdad
El gran atractivo del comunismo siempre ha sido la promesa de igualdad. Sin embargo, en todos los casos donde se ha aplicado, esta igualdad solo se ha materializado en la pobreza generalizada, salvo para una élite dirigente que vive con privilegios. La supresión de la libertad individual, la censura, el adoctrinamiento y la economía planificada han generado más miseria que prosperidad.
Una advertencia para el presente y el futuro
Aunque el comunismo ya no tenga la fuerza que tuvo en el siglo XX, no ha desaparecido. Sus ideas se reciclan, se camuflan y reaparecen bajo otros nombres. Por eso es fundamental no olvidar las lecciones de la historia: el comunismo no solo fracasa económicamente, sino que también destruye la esencia misma de la libertad humana.
Defender la democracia, la economía de mercado y los derechos individuales es la mejor forma de evitar que, en nombre de una utopía igualitaria, se instaure un sistema que ahoga a los pueblos y perpetúa dictaduras.