La última ejecución pública en Corea del Norte muestra hasta qué punto el régimen de Kim Jong‑un está dispuesto a llegar para aplastar cualquier atisbo de prosperidad privada. Una pareja de empresarios de Pyongyang, conocidos por su exitoso negocio de bicicletas eléctricas, fue fusilada ante cientos de personas —incluyendo niños— en una nueva exhibición de terror diseñada para infundir miedo y quebrar el mercado independiente.

El “crimen”: tener éxito en un mercado que el régimen no controla
La pareja, ambos rondando los 50 años, había prosperado gracias al alquiler y venta de bicicletas eléctricas, un producto cada vez más demandado en la capital norcoreana. Aunque su negocio estaba formalmente registrado, obtenían beneficios adicionales que despertaron la envidia de vecinos, pero sobre todo, la vigilancia del Partido.
El régimen los acusó de violar la Ley de Rechazo del Pensamiento y la Cultura Reaccionarios, de movimiento ilegal de divisas y de mantener un supuesto comportamiento arrogante. En Corea del Norte, prosperar fuera de la maquinaria estatal puede considerarse un desafío ideológico.
Para Kim Jong‑un, este castigo debía servir como “ejemplo” para “prevenir el caos económico”, pero la realidad fue mucho más clara: una advertencia directa a cualquiera que genere riqueza sin permiso del Estado.
Una ejecución pública diseñada para destruir psicológicamente a la población
El fusilamiento tuvo lugar en un área abierta de Mirim, donde fueron obligados a asistir más de 200 ciudadanos, entre ellos padres que no pudieron dejar a sus hijos solos y estudiantes llevados por la fuerza.
La intención era evidente: marcar a fuego a las nuevas generaciones. Según fuentes citadas por medios internacionales, el objetivo del régimen era “infundir miedo especialmente entre los jóvenes”, para recordarles que cualquier persona puede ser castigada en cualquier momento.
Un mensaje político tras la visita de Kim a China
La ejecución llegó tan solo días después de la visita oficial de Kim Jong‑un a China, un movimiento interpretado por analistas como una señal de fuerza interna. La dictadura quiso dejar claro que la cooperación exterior no suaviza la represión interna.
El mensaje del régimen fue inequívoco:
ningún éxito económico está permitido si no proviene del Estado.
Efecto inmediato: colapso del mercado y terror entre los empresarios
Tras el fusilamiento, la actividad comercial cayó en picado durante varios días.
Los negocios de la pareja ejecutada quebraron, y los precios de baterías, repuestos y componentes para bicicletas se dispararon o dejaron de moverse por completo.
Los empresarios locales confesaron sentirse “aterrorizados”, convencidos de que podían ser los próximos.
La purga no acabó en el fusilamiento: castigo también para su entorno
La maquinaria represiva norcoreana extendió su venganza.
Al menos 20 personas del entorno de la pareja fueron condenadas al exilio interno o enviadas a campos de reeducación.
Un recordatorio más del funcionamiento del régimen:
en Corea del Norte, nadie cae solo.
Un país donde incluso la cultura puede costar la vida
En Corea del Norte, la pena de muerte se aplica incluso por consumir o distribuir contenidos culturales extranjeros.
Solo el año pasado, un joven de 22 años fue ejecutado por difundir música K‑pop de Corea del Sur.
¿Hasta cuándo podrá sostenerse un régimen que castiga la prosperidad?
Lo ocurrido en Pyongyang demuestra que Kim Jong‑un teme más a la economía privada que a cualquier enemigo exterior.
Controlar la riqueza es controlar al pueblo, y el dictador no está dispuesto a permitir que nadie escape de su red totalitaria.
La pregunta es inevitable:
¿hasta cuándo podrá sobrevivir un sistema que ejecuta a ciudadanos por prosperar?



