El artista puertorriqueño más influyente del planeta, Bad Bunny, ha arrancado su monumental residencia de 30 conciertos en el Coliseo de San Juan con un mensaje contundente: «No me quiero ir de aquí». Más de medio millón de personas pasarán por el recinto durante tres meses para escuchar al artista que se ha convertido en la voz de un pueblo amenazado por la gentrificación, la corrupción política y el abandono institucional.
Una ovación de identidad y denuncia
Vestido con traje rosa y sombrero tradicional puertorriqueño, Bad Bunny fue recibido por 18.000 fans en la primera noche de su gira «No me quiero ir de aquí«. Pero lo que se vivió fue mucho más que un concierto: fue una declaración de rebeldía cultural y compromiso social. Durante el show, se proyectaron frases contra la gentrificación y la explotación turística, denunciando el desplazamiento forzado de los puertorriqueños.
Un territorio colonizado y vaciado
Puerto Rico es una isla bajo control de EE.UU., cuyos habitantes no pueden votar al presidente ni tienen representación real en el Congreso. Mientras el Gobierno local reparte incentivos fiscales a inversores extranjeros, los puertorriqueños son expulsados de sus barrios. La isla ha perdido a más de la mitad de su población hacia la emigración, y ya se habla de «la isla que se vacía».
Bad Bunny: del reguetón al activismo
El artista más escuchado del mundo en 2024, lejos de huir como tantos otros, ha decidido quedarse. Su residencia no solo es un evento musical, sino una campaña cultural y política. El primer mes de conciertos está reservado exclusivamente para residentes de Puerto Rico. Las entradas solo se pudieron comprar de forma presencial en distintos puntos de la isla, una decisión inédita en el negocio del entretenimiento.
Bad Bunny no canta solo: resiste con su pueblo en una isla que se defiende del saqueo disfrazado de progreso.
