Miles de empleos en riesgo, empresas cerrando y un Gobierno que calla ante la reconversión forzada que impone Bruselas.
El salto eléctrico arrasa con la columna vertebral industrial española
La industria auxiliar del motor en España, vital para la economía nacional, enfrenta su mayor crisis en décadas. Mientras Bruselas impone sin debate la agenda verde, más de 120 proveedores ya han cerrado o reestructurado sus operaciones solo en 2024. Según Sernauto, entre el 40 % y el 60 % de los componentes tradicionales están quedando obsoletos por la imposición del vehículo eléctrico, lo que pone en jaque a más de 340 000 empleos directos.
España, que hasta ahora era el segundo productor de coches de Europa, se juega su posición global en un tablero donde la digitalización, la automatización y la deslocalización están decidiendo el futuro del empleo industrial.
Pymes abandonadas mientras los gigantes sobreviven
Las grandes firmas como Gestamp han logrado adaptarse con inversiones en tecnologías como el Gigastamping, que reduce piezas y materiales para coches eléctricos. Sin embargo, las pequeñas y medianas empresas —más del 90 % del sector— carecen de apoyo suficiente para esta reconversión. El resultado: cierres, despidos y fuga de talento.
Según KPMG, los principales obstáculos son la falta de financiación, la escasez de personal cualificado y la dependencia de grandes fabricantes que deciden desde Alemania o Francia.
Un cambio forzado que amenaza el modelo laboral
El coche eléctrico, al tener apenas 20 piezas móviles frente a las más de 1 000 de un motor de combustión, elimina de un plumazo miles de empleos en el sector mecánico tradicional. La patronal europea CLEPA alerta: hasta 500 000 puestos de trabajo podrían desaparecer en la próxima década, afectando especialmente a Alemania, Francia, Italia y España.
Mientras tanto, el Gobierno español apenas reacciona. No hay un plan nacional de reconversión, ni apoyo fiscal efectivo, ni formación suficiente para recolocar a estos trabajadores.
¿Quién gana? China, por supuesto
La paradoja es sangrante: Europa veta los coches chinos pero acoge sus fábricas con los brazos abiertos. España se postula como sede de nuevas plantas de producción china… pero ya sin industria propia que las sustente. La dependencia tecnológica crece mientras se destruye el ecosistema industrial nacional.
¿Transición verde o demolición económica?
La supuesta transformación ecológica está convirtiéndose en una purga industrial. Y los políticos lo saben. La industria auxiliar, que aporta el 75 % del valor de cada vehículo, no puede seguir asumiendo sola los costes de esta revolución impuesta.
¿Estamos asistiendo a una modernización industrial o a una demolición sin retorno de uno de los pilares de la economía nacional?



